Esto también era el barrunto

 

Todo el mundo sabe que el aguacero se siente primero en los huesos.

Que cuando llueve las cicatrices se convierten en aceite caliente y te hierven la piel.

 

Todo el mundo sabe que nadie escapa realmente de un aguacero, ni del aire que respira.

Que eres el espacio que habitas, que la piel es la perfecta ficción.

 

Todo el mundo sabe en el fondo que no lo sabe.

Y que lo único posible —a veces con esfuerzo— es respirar.

 

El aire no va a pedirte permiso.

El aire te ocupa con su avasalladora invisibilidad.

Llega. Te llega.

Se hace existencia,

como una premonición.

 

El presentimiento no antecede el sentido, es el sentido.

 

En el campo las mujeres me hablaban del barrunto.

En las canciones los hombres me hablaban de lo mismo.

La poesía se ocupó mucho mejor del misterio que es esa acción tan humana de barruntar.

 

Pero nadie me advirtió que esto también era el barrunto.

Que una herida consiste en huesos rotos, músculos rotos, nervios rotos, piel y carne toda rota

y que sanar es buscar un reencuentro imposible, un regreso al antes del puñal que no llegará.

Un no haberse roto, un haberse sin más.

 

Nadie me advirtió que una herida consiste en el barrunto que experimenta el cuerpo propio.

En la noticia que asemeja el cuchillo y te va enseñando cómo es que duele antes del dolor.

Nadie me advirtió que sanar es también aceptar la premonición cuando se torna concreta

y aceptar,

reconociendo la divinidad en su animalidad,

que el cuerpo siempre ha sabido más que tú.

 

Cuando llueve no encuentro cómo llegar a donde hay que llegar.

No sé sentarme en la mesa en la que se sirve el amor.

No sé sentarme en la mesa.

 

Cuando llueve hay que guarecerse.

Cuando llueve adentro hay que esconderse.

Cuando el dolor se comporta como la lluvia

no hay nada que hacer

más que recordar que también esto pasará

como dice el dicho que siempre pasa por la boca a tiempo.

 

Cuando llueve la memoria se atraviesa y se devuelve como un vómito

que amarga la saliva y retira el hambre,

todas las hambres.

Sanar es también digerir el recuerdo.

Deglutirlo y expulsarlo.

Odio lo escatológico, reniego del asco, exijo la belleza, la espero

pero sanar también es hacer las paces con el desecho, con la porquería,

con todas las mierdas necesarias.

 

Me gusta cuando la gente pone sus manos sobre su cabeza cuando llueve.

Como si pudieran los dedos contener el agua.

La fe en la piel es poderosa.

 

Agua con viento.

Barrunto en mi corazón canté

y al fin llegué

más allá de la sospecha.

 

También era el barrunto vivir con la certeza de que lloverá,

con el alivio del retorno imposible,

con el dolor que rompe, a garra y a desgarre

con el corazón abierto a la caricia de la lluvia

a la punzada de la gota de aguacero,

al destrozo de la tormenta,

a la serenidad del cuerpo que se sabe agua, viento y tierra, sol y fuego, llanto y mar.

Cuerpo que lo recuerda todo.

 

También era el barrunto,

la barrunta libertad que tiene la memoria

de permitirse el don de olvidar.

 

También era el barrunto el olvido.

Sospechar de las memorias y dejarlas pasar.

Aguacero que ya no ahoga.

Ganarle a la gota también es sanar.

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